En todas las personas, en todas las cosas, se mueve el Espíritu, que es Dios. “Antes de que Abrahán fuera, yo soy” (Juan 8:58). Más allá de las palabras, más allá del pensamiento, más allá de lo que podemos ver está esta presencia viviente, esta luz que irradia para siempre, este poder que es vida, que es Dios. “El misterio que había estado oculto desde los tiempos antiguos … y que es Cristo en ustedes, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:26-27). “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25). Jesús habló desde lo divino. Él habló el lenguaje universal que todos pueden comprender. “El Padre y yo somos uno” (Juan 10:30). “El Padre está en mí y yo en el Padre” (Juan 10:38). Esto habla de la unidad eterna. Esto es la verdad eterna. Nos sentamos en una habitación rodeada de cuatro paredes, pero el Espíritu en nosotros no percibe paredes. Escuchamos el tictac de un reloj, pero el Espíritu en nosotros no sabe de tiempo. Celebramos un cumpleaños, pero el Espíritu en nosotros no conoce edad. Sufrimos una enfermedad, pero el Espíritu en nosotros no conoce dolor. En realidad, solo hay Espíritu. Hemos hecho una separación donde no hay separación. Hemos creado en nuestras mentes un Dios fuera de nosotros cuando Dios nos habla desde lo más profundo de nuestro ser. Hemos tratado de ser santos cuando ya estamos santificados, ya que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Hemos buscado a Dios en las iglesias y lo hemos encontrado allí porque no hay un lugar donde Dios no esté; porque dondequiera que estemos, Dios está. Dios está en todo y a través de todo. Cuando sientes la presencia de Dios, todas las cosas parecen gritar Su gloria. Es como si hubieras recuperado la vista después de la ceguera. Como el hombre que Jesús sanó, dices: Yo era ciego y ahora veo.
Aunque antes habías estado ansioso y preocupado por tus amigos y por ti mismo, ahora sientes una gran calma y confianza en el Dios eterno que mora en ti, que está dentro de todo. Puedes decir: “Esto también pasará”, no con un sentimiento de resignación a la infelicidad, sino con un sentido de serenidad interna que surge porque sabes que el Espíritu es más grande que las experiencias; que solo el Espíritu es eterno y que no se ve afectado por las cosas que, desde el punto de vista humano, parecen imposibles de superar. Cuando sabes que eres Espíritu, no tienes miedo, porque tienes presente que nada puede herir o dañar o devastar al Espíritu indestructible en ti. No le tienes miedo a la vida ni a la muerte, porque sabes que, pase lo que pase, el Espíritu que mora en ti es inmutable, perpetuo, valeroso.
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